La nueva lógica del hacer con sentido en las organizaciones colombianas
- Valentina Cano
- hace 4 días
- 3 Min. de lectura
En muchas organizaciones del país se respira una misma lógica: la del hacer sin parar. El verbo favorito del entorno empresarial colombiano parece ser “hacer”: hacer rápido, hacer mucho, hacer ya y todo el tiempo. La acción constante se ha convertido en sinónimo de éxito, y el pensamiento estratégico, en un privilegio que pocos se dan el tiempo de tener. Sin embargo, en medio de tanta velocidad, también se esconde una ventaja: la de darle la oportunidad al pensamiento y la quietud para tomar decisiones coherentes y alineadas.
La productividad, al final, es una combinación entre eficiencia y eficacia. La eficiencia tiene que ver con hacer las cosas bien: buena calidad, menos costos, menos tiempo. En eso hay equipos realmente admirables, personas que resuelven, que optimizan, que no se detienen con facilidad. Pero ser eficientes no basta si la energía se invierte en acciones que no aportan al propósito central del negocio o al objetivo real. La eficacia, en cambio, implica hacer bien las cosas que realmente se deben hacer bien. Y ahí es donde el pensamiento estratégico cobra sentido: elegir qué vale la pena hacer y qué no, y la forma correcta de hacerlo.
El sociólogo y economista francés Vilfredo Pareto descubrió hace más de un siglo que el 80% de los resultados suelen provenir del 20% de las causas. Aplicado a las organizaciones, esto nos recuerda que la mayor parte del impacto nace de unas pocas decisiones, proyectos o acciones bien orientadas. En lugar de intentar hacerlo todo, podríamos concentrar la energía en identificar ese 20% que realmente mueve la aguja. Es ahí donde se multiplican los resultados y se reduce el desgaste operativo innecesario.
Los grandes pensadores de la estrategia lo resumen en una frase sencilla: “Strategy is choice.” La estrategia es elegir, y elegir requiere disciplina. Elegir implica sostener un rumbo, mantener el foco y resistir al deseo de querer estar en todo y todo el tiempo. Esa disciplina estratégica no significa rigidez, sino claridad: saber hacia dónde vamos y por qué. Cuando una organización actúa desde esa claridad, cada hora de trabajo tiene más sentido, y cada acción se conecta con un propósito mayor.
En nuestra cultura empresarial solemos premiar la acción constante. Aplaudimos al que siempre está ocupado, al que nunca dice que no, al que llega temprano y se va tarde. Pero la verdadera productividad se mide por la calidad de acciones y decisiones. Los equipos más efectivos no son los que trabajan más, sino los que piensan mejor antes de actuar. Esa pausa consciente —que a veces se confunde con lentitud— es, en realidad, una de las formas más poderosas de avanzar.
Pensar también es producir. Es un trabajo menos visible, pero más transformador. Es el que conecta ideas y alinea esfuerzos con una visión compartida. Como decía Edward de Bono, la creatividad surge cuando nos salimos de la rutina, y eso solo es posible si hay espacio disponible para reflexionar además del espacio para actuar.
Por eso, quizás el reto no está en eliminar el famoso “hágale”, sino en redefinirlo y que sea sinónimo de acción con propósito. Que cada tarea pase primero por un primer filtro: ¿esto contribuye al impacto que queremos generar? El pensamiento estratégico es ajustar los pasos antes de darlos.
Cuando la acción nace del pensamiento estratégico, el resultado no es volumen, es impacto. No se trata de hacer más, sino de mover las piezas que realmente cambian el tablero. Tal vez ha llegado el momento de que las empresas colombianas transformen esa energía inagotable del hacer en una cultura de enfoque, claridad y propósito.





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